domingo, 24 de marzo de 2019

La Recaptura del Chapo y la conquista mediática del Estado. Eliseo Gaxiola·Sábado, 23 de marzo de 2019 Por Oswaldo Zavala/ Los Cárteles no existen.

En una de las tantas escenas legendarias de El Padrino III, Vince Corleone (interpretado por Andy García) se encuentra con Don Luchessi, uno de los oscuros gánsteres que acechan a su tío Michael Corleone (Al Pacino) en la última parte de la célebre trilogía de Francis Ford Coppola. Cuando Vince admite no entender de política y finanzas, Don Luchessi emplea una metáfora elocuente para educar a un hombre impulsivo y visceral que sólo sabe de violencia: “Tú entiendes de armas. Las finanzas son un arma. La política es saber cuándo apretar el gatillo”.
Convendría recordar esas líneas para enmarcar la recaptura final y la extradición de Joaquín “El Chapo” Guzmán. En medio de la supuesta “guerra” por la plaza fronteriza de Ciudad Juárez, El Chapo fue el jefe del “mayor cártel del mundo”,159 el de Sinaloa, que según la revista Fortune estuvo todavía en 2014 entre las cinco principales organizaciones criminales del planeta, junto a las mafias de Rusia, Italia y Japón, con un ingreso anual de tres mil millones de dólares, a tenor de los cálculos de la inteligencia estadounidense.160 En mayo de 2017, ya con Guzmán extraditado en Estados Unidos, el titular de la Procuraduría General de la República (PGR) en México, Raúl Cervantes, declaró en una entrevista televisiva, aparentemente desconcertado: “Nos hemos dado cuenta de que [El Chapo] no usaba el sistema financiero, porque no hemos encontrado activos; ni ellos han podido encontrar un dólar”. Luego afirma: “No hay cárteles dominando territorios”.161 ¿Cómo explicar la insalvable aporía entre el discurso oficial que aseguraba la inmensidad del poder económico y político de Guzmán y la realidad de su pobreza e insignificancia una vez preso?
El Chapo cayó preso por tercera y última vez después de fugarse en dos ocasiones de penales de máxima seguridad. Aunque se ha pensado la caída del capo en términos políticos y policiales, los análisis más atendidos han reiterado la absurda mitología que contradictoriamente convierte al Chapo en el mayor criminal de la historia del narcotráfico global aun después de ser humillado y exhibido por el Estado mexicano con su tercera captura. A esto se sumó el ya clásico artículo publicado el 9 de enero de 2016 —un día después de la detención del Chapo— por el actor estadounidense Sean Penn en la revista Rolling Stone sobre el encuentro que él y la actriz mexicana Kate del Castillo sostuvieron con el traficante en Sinaloa el 2 de octubre de 2015.
El texto de Penn fue menospreciado y condenado por varios narradores, periodistas y académicos como un riesgoso ejercicio de egocentrismo y una oportunidad periodística supuestamente desperdiciada. Contra esas opiniones, quiero discutir la captura del Chapo y la crónica de su entrevista con Sean Penn y Kate del Castillo como eventos significativos que permiten un acercamiento inusual a la realidad delnarcotráfico y que plantean ciertas interrogantes sobre el operativo mismo de captura y el papel que la revista Rolling Stone tuvo en este incidente. Más allá de la superficial lectura que se ha hecho de ambos episodios, considero la detención del traficante y su encuentro con los actores como singulares avistamientos de lo real del crimen organizado en México.
Consideremos la secuencia temporal en la que ocurrieron. El gobierno de Peña Nieto no sólo admitió haber monitoreado el viaje clandestino de los actores, sino que, según información confiable a la que tuve acceso en esos días, el gobierno federal también habría sabido con antelación la fecha precisa de la publicación de “El Chapo habla”, el artículo escrito por Penn para Rolling Stone. La insólita proximidad entre el operativo militar para recapturar al Chapo la madrugada del 8 de enero —el presidente Enrique Peña Nieto anunció la captura en su cuenta de Twitter a las 10.19 a. m.— y la publicación del artículo un día después suponen dos posibilidades: o bien el gobierno federal tuvo la intención, entre otros objetivos, de controlar el contexto en el que se publicaría el artículo de Penn, o bien éste se publicó como contrapunto mediático para acompañar la captura, lo cual supondría un cierto nivel de coordinación entre el Estado y la propia revista estadounidense. Es importante subrayar que el artículo de Rolling Stone, fechado en su sitio web el 9 de enero y adelantado ese mismo día incluso por una nota en el sitio del New York Times, ya menciona la recaptura del Chapo al igual que la versión impresa. En otras palabras, los editores de Rolling Stone incluyeron esa información menos de veinticuatro horas antes de enviar la revista a imprimir y compartir el adelanto con el New York Times.
No queda claro qué día exactamente se publicó la revista en papel —varios sitios de noticias indican que se imprimió entre el 9 y el 10 de enero—, pero ese proceso requiere para la mayoría de las publicaciones impresas de por lo menos un día de anticipación. Es improbable entonces suponer que Rolling Stone habría simplemente reaccionado a la noticia de la captura del Chapo adelantando la publicación de su artículo, pues no habría tenido suficiente tiempo, con menos de un día de su impresión, para preparar el artículo de portada y reordenar el contenido total de ese número de la revista. Penn no sólo reflexiona sobre la detención del traficante, sino que incluso se permite concluir vaticinando con ironía la probable extradición del traficante: “No pasará mucho tiempo, estoy seguro, antes de que el próximo cargamento del cártel de Sinaloa hacia los Estados Unidos sea el hombre [El Chapo] mismo”. (En un video oficial difundido por la PGR el 27 de enero incluso se afirma que el operativo de recaptura del Chapo ocurrió “la madrugada del 9 de enero”, es decir, cuando el artículo de Rolling Stone ya se había impreso y el New York Times ya lo había adelantado en su sitio de internet). En cualquiera de los escenarios sobre ese cerrado timing, concebir la posibilidad de una simple coincidencia entre la captura y la publicación del artículo de Penn sería en mi opinión ingenuo e implicaría desestimar la estrategia mediática del Estado mexicano y su contraparte estadounidense.
Al recapturar al Chapo antes de su aparición en Rolling Stone, el Estado mexicano siguió un orden mediático inverso al de la segunda captura del traficante hace casi dos años. Como se recordará, el presidente Barack Obama sostuvo a principios de 2014 un encuentro privado con Peña Nieto durante la Cumbre de Líderes de Américadel Norte. En una rueda de prensa conjunta el 19 de febrero de ese año, Obama elogió al gobierno de Peña Nieto haciendo eco del encabezado “Saving Mexico” que la revista Time había dedicado al presidente mexicano en su polémico reportaje de portada seis días antes.164 Apenas tres días después de ese encuentro, el 22 de febrero por la mañana, marinos de la Armada de México y agentes de la policía federal detuvieron al Chapo sin detonar un solo disparo. Con un orden distinto de losfactores, pero obteniendo el mismo producto, el gobierno mexicano reactivó su soberanía recapturando al Chapo por tercera ocasión antes del artículo de Rolling Stone. Ambas capturas han sido complementadas simbólicamente por las revistas estadounidenses. Time pareció preparar el triunfo del gobierno federal, mientras que Rolling Stone sin duda explica retroactivamente la derrota del Chapo. ¿Importó que los principales medios de comunicación del mundo, como el propio New York Times, reportaran la fantástica fuga del Chapo —por ese imposible túnel de kilómetro y medio de largo— como una “humillación” con irrevocables consecuencias geopolíticas?
La magistral jugada del gobierno federal se confirma con las revelaciones que hace el propio traficante en la entrevista con Penn. El Chapo dista aquí de ser el brillante genio criminal que en su momento reportaron periodistas como Anabel Hernández, Diego Enrique Osorno o Alejandro Almazán. Joaquín Guzmán aparece en el texto de Penn más bien como un torpe delincuente rodeado de un acotado grupo de colaboradores que no cuenta con un solo intérprete del inglés que traduzca las preguntas del actor ni con la tecnología mínima para hacerle llegar por internet un simple video con sus declaraciones tomado con un teléfono celular. Todo esto pese a la desmesurada fortuna que todos los medios del mundo dieron por hecho y que fue supuestamente construida con una estructura criminal que “enviaba toneladas de drogas a más de cincuenta países del mundo”, según reiteró el mismo corresponsal del New York Times que meses antes certificó el golpe irreparable de la fuga del Chapo.
Por otro lado, la captura misma puso en evidencia las escasas opciones de supervivencia del capo. Según el gobierno federal, se confirmó su presencia en la casa de seguridad donde fue localizado luego de que un emisario suyo comprara una gran orden de tacos para llevar. Finalmente, al igual que Jean Valjean, el protagonista de la novela Los miserables de Víctor Hugo, El Chapo, “en camiseta y cubierto de suciedad”, optó por embarrarse literalmente de mierda al intentar un último escape a través de un desagüe de drenaje antes de ser detenido en la calle.
Es sorprendente que ciertos análisis pasaran por alto estos datos, incluso los mismos reporteros que dan a conocer la información. En esos días estuvieron quienes vieron la captura del Chapo y el artículo de Rolling Stone como un juego de simulaciones que sólo revelaba el supuesto fracaso del Estado mexicano. La antropóloga Natalia Mendoza, por ejemplo, en un artículo en Milenio desestimó la importancia del texto de Penn y su entrevista al Chapo considerando que “son irrelevantes desde el punto de vista de la investigación judicial y de los estudios de seguridad”. En la misma línea, Jorge Quintana Navarrete escribió en un texto en el sitio Horizontal: “Los performances de soberanía del Estado moderno, con sus alardes de fuerza y eficiencia, revelan paradójicamente la verdadera impotencia y debilidad del propio Estado, su incapacidad constitutiva para garantizar la estabilidad del pacto social”. Finalmente, un texto del escritor y periodista estadounidense Francisco Goldman en The New Yorker resumió la opinión popular más prevalente al rechazar siquiera la posibilidad de la derrota del traficante para en cambio interpretar la captura como una “gringada” de Hollywood que, según él, lo único que logró “fue recordar cómo El Chapo había humillado al gobierno escapando la última vez”.
Resulta curioso observar, en este punto, cómo esas opiniones coinciden con ciertos análisis que buscan enfatizar la supuesta crisis de seguridad nacional del actual gobierno. Casi roza la comicidad involuntaria el intento de Guillermo Valdés Castellanos, exdirector del CISEN durante la presidencia de Felipe Calderón, por reconciliar la precariedad del Chapo y los reportes de inteligencia con que el propio CISEN aseguró el implacable poder del “más buscado”. En un artículo publicado en Milenio, Valdés especula hasta la contradicción más absurda: primero explora la posibilidad de que Guzmán fingiera su ignorancia y pobreza para evitar incriminarse ante una cámara (qué él mismo eligió prender para la entrevista voluntaria con Sean Penn); luego entretiene la posibilidad de que El Chapo fuera en realidad “un miembro más” de una organización tan enorme al grado de que él mismo desconociera sus alcances y no disfrutara realmente de sus ganancias. Luego, refutando las dos tesis anteriores, Valdés afirma párrafos más tarde: La época dorada de los narcos, cuando podían vivir sin esconderse, aparecer en las secciones de sociales de los periódicos y ser consejeros de bancos, como era el caso de Miguel Ángel Félix Gallardo todavía en los 80, esa época se acabó. La presión de Estados Unidos primero, y la persecución del gobierno mexicano a partir de 2006, los obligó a la clandestinidad.
Si la “época dorada de los narcos” ya había terminado en 2006, ¿por qué tuvo que haber una sangrienta “guerra” para combatirlos? Valdés omite recordar que durante décadas el PRI mantuvo al crimen organizado marginado del poder político utilizando un violento sistema policial represor, como ha demostrado Luis Astorga y como ya he discutido en los ensayos anteriores de este libro. El gobierno de Peña Nieto igualmente ha detenido o asesinado a los mayores jefes del crimen organizado en contextos políticos significativos, como con el asesinato de Heriberto Lazacano, jefe de Los Zetas, o la neutralización de las autodefensas en Michoacán, como señalé anteriormente.
Nuestro mejor periodismo indica cada vez con mayor claridad que las fuerzas del Estado —desde la policía federal hasta al ejército— cargan con gran responsabilidad en la desaparición de los 43 normalistas en el estado de Guerrero. Ahora se dice rápido, pero hasta la irrupción del reclamo nacional de justicia por Ayotzinapa la presidencia de Peña Nieto había reconfigurado con éxito los parámetros de la agenda de seguridad nacional. Así, es una abdicación intelectual y crítica asumir de entrada que las fugas y los arrestos del Chapo son indicativas de un Estado rebasado por el crimen organizado. Por el contrario, al detentar el monopolio sobre la violencia legítima, como explicó en su momento Max Weber, el Estado es la principal condición de posibilidad del crimen organizado en México, ya sea gestionándolo o destruyéndolo de acuerdo con necesidades políticas contingentes.
Como con la célebre entrevista que Ismael “El Mayo” Zambada concedió en 2010 al periodista Julio Scherer, El Chapo dejó entrever el verdadero tamaño de su poder.
Humilde y consciente de sus límites, El Chapo responde con sencillez cuando Penn le pregunta si considera que su organización es “un cártel”: “No señor, para nada. Porque la gente que dedica sus vidas a esta actividad no depende de mí”.
Sin un “cártel” a su mando, El Chapo quería una película con la actriz Kate del Castillo que realizara la imposible fantasía de ser el “jefe de jefes” que promovió el Estado.
Así lo reflexionó también Juan Villoro en un artículo publicado en Reforma: Cuesta trabajo ver al Chapo como responsable de tramas de lavado de dinero que pasan por la banca de Londres, van a los paraísos off shore en el Caribe y regresan a México gracias a empresas aparentemente legales. Si controlara esta red, sería el narco más poderoso de todos los tiempos. Más bien parece estar al servicio de esa red.
Esa red, resulta innegable a estas alturas, remite una y otra vez al Estado. Asumir que hombres como El Chapo ocupan posiciones de verdadero poder es subestimar la capacidad del estado de excepción en México y la capacidad de nuestro actualgobierno de ejercer en la ilegalidad buena parte de los negocios públicos y privadosde la clase política.
En la captura, en la fuga o en la extradición, El Chapo ha sido el fetiche de la corrupción oficial, pero también del asombroso poder simbólico del Estado, que ha conseguido imponer su verdad sobre el narcotráfico. El periodista Ignacio Alvarado, acaso uno de los más agudos investigadores y expertos en el tema, me explicó este fenómeno en una conversación personal como la conquista mediática del Estado que limita el entendimiento de periodistas, novelistas y académicos sobre el narco y que establece las coordenadas epistemológicas que condicionan la manera en la que incluso imaginamos el narco.
Es preciso, entonces, comprender la violencia del narco menos como un ciclo interminable de vendettas personales entre sicópatas y más como el frío cálculo geopolítico entre los estados de excepción de nuestro hemisferio.
No es personal; es business, insisten los capos de la trilogía de El Padrino. Y para situar el ascenso y caída del Chapo en el contexto correcto, es imprescindible aceptar, como pediría Don Luchessi, que la política del Estado —la más poderosa forma de política en la sociedad— consiste en el arte de determinar cuándo, por fin, apretar el gatillo.