lunes, 17 de agosto de 2015

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ECONOMÍA

México construye con obreros casi desechables su propio camino hacia la modernidad

Foto: Francisco Cañedo
La Población Económicamente Activa (PEA) del país se ubicó en 52.6 millones de personas al primer semestre de 2015. Foto: Francisco Cañedo
Ciudad de México, 16 agosto (SinEmbargo).– Se acerca la hora del final de la comida y el Sol avisa que el mediodía quedó dos horas atrás. Es jueves 13 de agosto y un hombre descansa junto a otros de sus compañeros bajo un árbol. El grupo luce sus grandes cascos amarillos y se dirige a terminar una jornada laboral más. Aunque están rodeados por hombres trajeados y mujeres que lucen sus piernas de las rodillas hacia abajo para finalizar en unos delicados tacones, para ellos la vestimenta adecuada son las botas con casquillo, gafas y chalecos. Pero lo primordial son el arnés y la cuerda.
“Estamos ‘envidriando’ los módulos. Somos vidrieros. Nos encargamos de sellarlos y acarreamos nuestro material”, explica Pablo Alberto Luna, de 22 años de edad, quien se prepara para arriesgar su vida una vez más al borde de uno de las modernas construcciones que conformarán el panorama de una las ciudades más importantes del mundo.

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En el corazón de México, donde habitan 20 millones 843 mil personas, se levantan cuatro torres  sobre avenida Paseo de la Reforma que prometen ser las edificaciones más innovadoras o los rascacielos “chiquitos” al estilo Nueva York que se podrán ver en la Ciudad de México en al menos un año: Torre Diana, Torre Ángel, Torre BBVA Bancomer y la Torre Reforma. Ésta última pretende ser  el edificio más alto del Distrito Federal con 244 metros de altura y con una inversión de 180 millones de dólares.
Torre Reforma es “el único edificio corporativo mexicano de clase mundial y alta sustentabilidad, cuyas soluciones innovadoras y ubicación estratégica ofrecen condiciones inmejorables para una alta calidad de vida y éxito empresarial”, indica la página del corporativo para el que Pablo trabaja 8 diarias de forma indirecta, tras haber sido contratado por otra compañía que le paga mil 200 pesos semanales y le otorga un seguro del que no está muy seguro de contar.
“Sí estamos asegurados, cualquier accidente ellos pagan”, dice con un cierto tono de duda.
–Y si te llega a suceder algo más grave, ¿tu esposa cuenta con garantías?
–No creo–, responde el trabajador que hace un año se casó con Julia, una asistente educativo con quien planea tener hijos “cuando se dé la oportunidad”.
Pablo firmó un contrato con una compañía que recluta jóvenes como él y Javier, su amigo de 24 años que le enseñó a montar vidrios. Ambos forman parte del 16.6 por ciento de los 29 millones 642 mil 421 personas ocupadas en el país que está bajo el esquema de subcontratación o “outsourcing”, según cifras expuestas a finales del mes pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“Estamos trabajando aquí desde hace cuatro meses, lo más peligroso es colgarse, ahorita andamos con los módulos del piso 39 de los 57 que son. No me da miedo, me gusta mi trabajo”, asegura.
La Población Económicamente Activa (PEA) del país se ubicó en 52.6 millones de personas al primer semestre de 2015, significa el 59.7 por ciento de la población de 15 años y más que trabaja, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), pero no todos gozan de grandes beneficios.
Para el joven de 22 años, las prestaciones que por ley debería recibir no son tan importantes porque “lo que se busca es seguir estable y cuando esto acabe voy a seguir aquí, siempre hay más”, comenta.
Desconoce que en diez años el outsourcing creció 48 por ciento, pero que este modelo de subcontratación no son siempre ofrece las mejores condiciones para los trabajadores.
María Fonseca Paredes, directora de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey Campus Estado de México, dijo a SinEmbargo que esta práctica empresarial “genera más empleos. Para el trabajador es una oportunidad, pero a su vez lo vuelve vulnerable”.
“Soy vidriero, nuestro trabajo implica todo lo que es la fachada, lo que está a la vista a Reforma”, dice el hombre que vive en Nezahualcóyotl, Estado de México, mientras se ventila con una hoja de papel para restarse el calor y el polvo que emana de la obra.
Han pasado más de seis horas que salió de casa para ir a trabajar, pero su semblante luce cansado.
“El tráfico es un dolor de cabeza. Muchos venimos corriendo de que llegamos tarde. Las líneas del Metro están atoradas e incluso hasta ponen rejas por la gente que llega de en balde que lo hayan subido”, cuenta el joven que ha visto reducir su ingreso al mismo tiempo que su gasto en transporte crece tras el aumento de tres pesos al precio del boleto del Metro que impuso el Jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera Espinosa, hace ya más de 18 meses.
UN SUELDO QUE NO ALCANZA
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Los hombres del futuro que trabajan 40 horas a la semana con ingresos bajos y dudosas condiciones de seguridad. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
A unos 20 metros de donde descansa Pablo se eleva una nube de polvo que cubre la calle Río Lerma. Entre los camiones de carga y el transitar de decenas de oficinistas que salen a comer aproximadamente a las dos de la tarde, ahí, junto al puesto de tacos de bistec, pastor y longaniza, ubicado en la esquina Río Atoyac, tres trabajadores intentan sostener una conversación en medio del trc, trc, trc de un pico que perfora el suelo. Están acostados, tumbados. Están cansados.
–¿Ustedes en qué trabajan?
–Estamos montando unas riosas para un ánima, un elevador provisional para transportar material o gente– responde Josué Mora, un hombre de 43 años que desde las ocho de la mañana llega también a la Torre Reforma para empezar a bajar la herramienta del mismo transporte que lo trae y lleva a su casa.
Josué se encarga de colocar junto con sus compañeros lo necesario para los elevadores provisionales, lleva mes y medio trabajando en el edificio que promete ser el más alto de la capital de este país.  Sin embargo, no sabe hasta cuándo estará ahí porque sus patrones no se lo indicaron.
–Pero, ¿sí le dijeron cuánto le iban a pagar?
–Sí, gano mil 200 semanales.
–¿ Y sus compañeros?
–Depende de lo que uno sepa hacer… si uno es ayudante general como mil 200. No todos los sueldos son iguales: un oficial anda entre los mil 800 y 2 mil 200 a la semana.
Josué y sus compañeros intentan acomodarse casi bajo uno de los camiones de carga, para ocultarse del sol, el polvo y el ruido; cuando encuentra el lugar conveniente continúa su charla y cuenta que vive Atlatongo, Estado de México, con su esposa y sus tres hijas: Sonia de 15 años, Gabriela de 16 y Marcela de 18. Todas están por iniciar un nuevo ciclo escolar.
“El gobierno nos dio unos talones ahora con el regreso a clases, son de 180 pesos o 200 para cuestiones de libretas. No es mucho, pero sí es es una ayuda, lo más fuerte son los libros y las inscripciones y cada medio año son mil 500 pesos de colegiatura”, detalla.
El padre de familia comenta que con el alza registrada algunos productos su economía se ha visto “apretada” los últimos días.
“En ocasiones traigo comida, pero luego no alcanza el dinero, y le anda uno pidiendo al compañero para salir. Lo que ganamos es para ir pasándola. Hoy traje mis dos tortas y sólo me compre un agua y acabé de rematar con dos tacos, eso es lo que uno come. En las fondas de por aquí está en 45 y 50 pesos la comida, si le echamos el cálculo… lo que uno tiene que dar a los niños, luego el gasto y uno trae contado lo que trae”, agrega.
De acuerdo con el informe “Medición de la Pobreza 2014″, del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el ingreso de las familias ha tenido una evolución desfavorable en los últimos años. El poder de compra del ingreso de las familias ha bajado desde 2008 y el 47 por ciento de la población no alcanza a cubrir la canasta básica con su salario.
El Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP) explicó los hogares urbanos de ingresos más bajos destinan cerca de 33 por ciento de su gasto total en alimentos y los hogares del último quintil [la quinta parte de la población, o 20 por ciento, ordenada de menor a mayor en función de alguna característica] destinan casi 15 por ciento de su gasto en ello.
Asimismo, el Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ubican a México en los últimos lugares de generación de empleos en América Latina y ofrece a sus trabajadores los salarios más bajos de la región.
Datos de la Secretaría de Administración Tributaria (SAT) demuestran que el salario mínimo de un trabajador para la zona geográfica A es de 70.10 pesos y 68.28 para la zona B.
“El BUEN CAMINO”
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El Gobierno federal debería dar salarios más altos y mejorar la economía nacional. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo.
El 22 de julio pasado, el Coneval dio a conocer que en un par de años aumentó en dos millones el número de mexicanos pobres al pasar de los 53.3 millones en 2012 a 55.3 en 2014, un aumento significativo comparado con otros países de América Latina como Chile o Uruguay cuyos niveles de pobreza se encuentran estancados, según datos arrojados por la Comisión Económica para América Latina (Cepal) en enero pasado.
De acuerdo al informe Panorama social de América Latina 2014, México fue uno de los tres países que integran la Comisión que registró los menores porcentajes en la disminución de la pobreza.  Pero para la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), Rosario Robles Berlanga, las cifras arrojadas por el Coneval representan que “debemos de seguir por este camino”.
“Es como muchos dicen: ‘estaríamos mejor con un narcotraficante como presidente en lugar de uno que tenga la carrera’ porque muchos prometen y al final de cuentas nadie cumple”, comenta el hombre que se prepara para subir al piso 39 de Torre Reforma a colocar los vidrios que hacen falta porque su hora de comida está por terminar.
Él, quien viaja diariamente desde el Estado de México, vive en una de las entidades que concentran el 45 por ciento de los pobres en el país. De hecho, vive en el que ocupa el lugar número uno. Los otros estados son Veracruz, Michoacán, Oaxaca, Chiapas y Guanajuato, mismos que más incrementaron sus cifras de población en pobreza entre los cierres de 2012 y 2014.
“Ya ni hablar, mejor hay que seguir chambeando, total nada va cambiar”, dice uno de los trabajadores que labora junto a los “vidrieros” mientras espera a su compañero que ha dio por su comida a la esquina de Río Atoyac.
Si Josué percibe un salario semanal de mil 200 pesos, quiere decir que en promedio gana al día 200 pesos por 8 horas en promedio, aunque a veces llega a trabajar hasta seis día. “Dependiendo el trabajo, también venimos el sábado y si hay chamba salimos entre 5 y 7 noche, y lo mismo entre semana si hay que quedarse, hay que quedarse”, asegura.
Cifras del Inegi señalan que el ingreso corriente promedio por hogar bajó 3.5 por ciento en el 2015, mientras que el ingreso corriente total trimestral de los hogares disminuyó en 3.2 por ciento en el 2014, frente al 2012. En contraste, un Diputado federal recibe 74 mil pesos de “dieta mensual”; es decir de sueldo: 45 mil 786 pesos por “asistencia legislativa” y 28 mil 772 pesos para “atención ciudadana”, según datos de la Cámara de Diputados de la pasada legislatura.
“Uno pide que se mejoren un poco más los sueldos y que haya un poco más de empleo, ¿para qué? para que gente que anda dando problemas trabaje”, agregó Josué de la Mora.
Lo mismo opina Verónica Rojas, de 43 años, quien diariamente “banderea” bajo la Torre Diana, ubicada en calle Río Mississippi. “El gobierno debería mejorar la economía y los salarios en vez de que den ayuda para otro tipo de situación o que arreglen la situación económica del país.
La mujer que lleva más de 7 meses trabajando en esa torre, no sólo banderea también ha cargando material para tener un ingreso familiar, mismo que considera no es suficiente del todo y opina que en este país todo sigue igual: el tráfico, la violencia y las oportunidades para las personas “cada vez están peor o sólo apoyan a unos cuantos”.
LOS HOMBRES DEL FUTURO
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Los hombres del futuro trabajando. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Pablo, Josué y Verónica tienen distintas edades, trabajan en diferentes construcciones y sus condiciones labores y gustos también varían, pero tienen algo en común: todos se alimentan de la comida que se ofrece en los puestos y comedores donde laboran; además de los tacos al pastor, de suadero o bistec que pueden encontrarse en el perímetro de las edificaciones para compensar el lunch que traen desde casa.
“A veces mi esposa me pone algo y ya llego y lo caliento en el comedor, pero por lo regular como lo que haya por aquí”, cuenta Pablo, quien gasta en promedio entre unos 150 y 200 pesos a la semana en alimentos de este tipo porque siente que lo que le da su esposa no le es suficiente, pero nunca le falta un refresco en su dieta.
La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) informó que los hogares gastan más en alimentos, bebidas y tabaco (34.1 por ciento); transporte y comunicación (18.8 por ciento); educación y esparcimiento (14 por ciento).
De acuerdo con el doctor Dariush Mozaffarian, actual rector de la Escuela Friedman de Políticas y Ciencias de Nutrición de la Universidad de Tufts, en México, el excesivo de bebidas con azúcares añadidos está directamente asociado con la muerte de 24 mil personas.
Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el sobrepeso en nuestro país tiene una prevalencia del 38.8 por ciento, lo sitúa a México como la segunda tasa más alta, después de Chile. En cuanto a la obesidad, la prevalencia es de 32.4 por ciento, la segunda en la lista después de Estados Unidos.
Ambas tasas rebasan por mucho los promedios que marca la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de 34.6 y 18 por ciento, destacó en un comunicado El Poder del Consumidor.
Durante 2013, las principales causas de muerte fueron las enfermedades cardiovasculares y diabetes, resultando en 145 mil 237 y 87 mil 245 fallecimientos respectivamente, de acuerdo con datos del Inegi.

A las cuatro de la tarde ya no se ven trajes, faldas, tacones o botas que vislumbrar entre la nebulosa de polvo que se agrava entre Río Lerma y Río Atoyac. Ahora sólo se ve un río, el río de cascos amarillos que comienza a inundar las calles y edificios. Son ellos, los trabajadores, la fuerza laboral de este país: los hombres con un futuro igual de empolvado.

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